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NotaPublicado: Mar Sep 16, 2008 9:28 pm 
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Killing Machine
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Ubicación: En el "trijuelo" de tu prima, por poner un sitio.
Y a todo esto, conforme voy mirando los post no puedo dejar de preguntarme lo vacía y absurda que es la vida de algunos, que tienen que perderla en este tan entretenido a la par que ameno post... pero visto el interés y expectación que despierta lo que hice en Tordesillas os lo dire:

Una tarde de tempestad la descarga eléctrica de un rayo quemó para siempre la vieja televisión de la casa de doña Rosa. La pequeña Moni, de 5 años, que veía sus caricaturas, soltó el llanto por el susto del rayo y por la televisión quemada. Doña Rosa acudió veloz, tomó el control remoto e intentó volver a la vida al aparato inerte oprimiendo todos los botones. Luego le dió varios golpes, hasta que comprobó que no volvería a la vida. ¡Se quemó esa babosada!, exclamó furiosa. Llamó por teléfono a su hija mayor y a su yerno, por la noche los quería temprano en la casa, les dijo con tono urgente.

Anabela, la hija, y Elmer, el yerno, llegaron preocupados a la casa. Notaron al entrar la televisión quemada y lo apesadumbrado del ambiente. Moni y Cindy (la otra hija del matrimonio) lucían muy tristes enfrente del aparato arruinado. Dona Rosa estaba de mal humor y lo primero que les dijo al entrar fue esa babosada ya no sirve, tienen que comprar otra o se van de esta casa .

La familia no cenó con agrado, no estaba la telenovela de la noche. Encendieron la radio pero no era lo mismo, faltaba la compañía de la tele. Así que decidieron comprar una tele nueva, y que al día siguiente comenzaría la búsqueda en el comercial que quedaba cerca de la casa. Comprarían la prensa para ver las ofertas y Anabela pediría una carta de ingresos en su trabajo, para cuando se hiciera la compra a plazos, porque era demasiado dinero para comprar una tele de un solo.

Al siguiente día, doña Rosa fue entonces muy temprano a la casa en donde hacía tareas domésticas y terminó rápido su trabajo. Regresó a su casa, sirvió el almuerzo a Moni y Cindy, que casi se atragantaron la comida. Ellas tres eran las encargadas de buscar la nueva tele en el comercial. Salieron muy contentas a la búsqueda y recorrían con sonrisa las vitrinas, tanta tele tan bonita, pero tan cara. Pidieron precios en tres locales, y les dieron toda la papelería para llenar y los requisitos. Doña Rosa no sabía leer, así que sólo recibió la papelería y memorizó todas las bellezas que decían de las teles.

Por la noche, en la mesa familiar barajaban todas las opciones. Definitamente las teles plasma y las LCD estaban sólo para la gente de pisto. Pero habían visto una tele linda, pantalla plana de 21 pulgadas, con una cuota de 35 quetzales semanales. Todos veían la foto emocionados y sonrientes. Anabela dijo que ya tenía la carta de ingresos, y que después del trabajo, mañana o pasado mañana podían pasar por el aparato.

Pero surgió un problema. En el comercio pidieron un recibo de agua o luz y una carta de recomendación de alguna persona vecina que los conociera. Doña Rosa y familia vivían en un palomar en donde vivían otras 5 familias, y por eso no tenían un contador de luz o de agua individual. Tenían que pedirle una copia de alguno de esos recibos a la dueña, doña Gladys, que no era una persona muy accesible que digamos.

La encargada de pedir la copia del recibo de luz fue Anabela, temprano de la mañana, antes de salir para el trabajo. Doña Gladys escuchó sin prestar demasiada atención y exclamó un ¡cómo chingan ustedes! , pero le dió el recibo de luz del mes anterior y le dijo que si no lo traía de vuelta por la tarde que los echaba del palomar.

Doña Rosa era la encargada de conseguir la carta de una vecina, se la pidió a la señora de la casa en donde hacía oficios domésticos. La señora a regañadientes se la dió, ella no podía comprender por qué tanta prisa con una pinche tele.

La familia se reunió a la cena, por la noche. Ya tenían todos los papeles necesarios y escogida la tele de pantalla plana que se miraba chula en la vitrina. Doña Rosa dijo que en esta compra todos debían de estar juntos y colaborar para las cuotas de la tele si la Anabela no podía, y que había que cuidarla para que durara. Elmer, su yerno, que sólo las había oído hablar hasta ahora, dijo que de veras que la tele estaba chilera, y que no se recordaba haber tenido una tan bonita en su casa, y que él estaba dispuesto a pagar la mitad de las cuotas, pero que quería ver su fútbol los domingos, sólo eso pedía. Doña Rosa apartó la tele para su novela de las 7 de la noche, y Anabela abogó por las caricaturas para la Moni y la Cindy. Había que ver la armonía que reinaba en esa casa, todos de acuerdo, todos sonrientes. Nunca habían estado tan bien, y hasta parecía que la falta de la tele vieja y la compra de la nueva los había unido de nuevo, después de aquella vez que doña Rosa casi echa al Elmer por andar chuleando a la vecina.

Llegó el día de la compra, toda la familia fue a traerla y Elmer patrocinó una pizza en el comercial, para celebrar la compra. Era la primera salida en meses que hacían todos juntos. Llevaron la tele a la casa e invitaron a todos los vecinos a verla, para que se murieran de la envidia. Se quedaron hasta tarde viendo cómo se veían de bien todos los programas en la tele nueva.

Al día siguiente Anabela venía agotada del trabajo, pero la emoción de la tele nueva le daba fuerzas para seguir. Llegó a cenar y allí estaba su mamá, viendo la novela de las 7, boquiabierta, lamentándose de los capítulos que se había perdido. Anabela había tenido un mal día por la regañada de su jefe, pero la tele nueva ahí la hacía sentir mejor. Se acercó a su mamá, y la besó por primera vez en mucho tiempo, y la abrazó. Doña Rosa apenas le puso atención porque estaba atenta a la novela. Elmer no tardaría en llegar, había que hacerle cena. Las niñas ya dormían. Y yo, un simple estudiante de derecho, era el encargado de buscarla y encontrarla. Cuando acepté el empleo, no me imaginé que me pusieran a investigar en serio, pero como la necesidad manda tenía que hacerlo, o por lo menos, hacer como que hacía. Me ayudaba el hecho de que cuatro años atrás yo había trabajado de jardinero en casa de los Botrán-Aycinena y la había conocido. Era una muchacha muy guapa y consentida, que tenía una larga fila de pretendientes con los que jugaba y se divertía.

Fernanda Botrán-Aycinena era delgada, morena de pelo largo y lacio, muy elegante y refinada en sus maneras. Era muy linda, como ya apunté, y lo sabía. Recuerdo que cuando trabajaba en su casa una vez la escuché decir a una amiga "las mujeres somos poderosas", en una mesa del jardín. Hablaban de sus conquistas y de cómo ese poder de las mujeres bellas sobre los hombres trae tantas ventajas y diversión. Por eso es que al principio me costó un poco pensar que la muchacha se había enamorado y que además se había fugado con su novio.

Yo jamás había hecho ninguna investigación, ni trabajado de policía, ni en el ministerio público, ni nada que ver. Un tío me había conectado con otro tipo y me habían dado el empleo, lo acepté por necesidad. Fue uno de los tantos trabajos que he tenido. Antes de ese caso, lo único que había hecho era ir a contar inventarios de mercaderías, hacer algunos interrogatorios en casos de empleados que robaban, localizar a una persona que hacía años que no la veían. Pero un supuesto caso de secuestro ya es otra cosa y la verdad a mí no me gustaba meterme en el asunto y peor con una familia famosa. Pero mi jefe era muy amigo de los Botrán-Aycinena y no quedaba de otra.

Así que esa mañana, después de que habían pasado 24 horas desde que se supo lo último de Fernanda Botrán-Aycinena, estaba yo en la sala de la mansión. Su padre me atendió bastante preocupado, y no me reconoció como exjardinero de su casa. Yo tomé nota de todo lo que me decía. Ella había salido el día anterior supuestamente rumbo a la universidad, pero no había permitido que la llevara el chofer de la familia en la camioneta en que acostumbraba. Después de eso, ya no contestó el celular para nada, y una de sus amigas dijo más tarde que nunca llegó a la universidad.

El padre de la señorita quería que juntáramos evidencia para enjuiciar al tipo por secuestro. Pero el caso es que Fernanda había pasado de sostener una relación romántica inofensiva a fugarse con el tipo, y eso, siendo ella ya grandecita y por su voluntad, no podía tomarse como secuestro. Al principio imaginé que el tipo era una especie de hippie vividor y bohemio, pobretón, de esos tipos que se enamoran a las patojas con su casaca intelectoide y les sacan billete. Pero resultó que el tipo era de otra familia acaudalada, pero enemiga de los Botrán-Aycinena.

El enamorado ladrón era Roberto García-Granados, con una licenciatura en filosofía y letras, un renegado de su familia pero que disfrutaba del dinero que tenían. Bien parecido y algo deportista, hizo caer rendida a la bella Fernanda. Así que yo tenía ante mí una historia de amor de esas de película y un papá ogro que quería destruirla, por su odio a la otra familia. Como Romeo y Julieta. Eso no puede existir en la realidad, pensé, algo debe fallar.

Con la autorización del padre entré al dormitorio de la raptada y busqué indicios que hablaran de su paradero. Encontré su celular en la gaveta de su mesa de noche, busqué las llamadas y los mensajes de texto, el último mensaje decía:

Roberto
31-Ago-06 06:30 a.m.
Ya estoy en el punto de reunión, te espero con ansias.

Habían muchos mensajes de Roberto con poesía cursi, saludos, disculpas por no atender. La última llamada, también de Roberto, había sido la noche anterior, y por los registros del celular, habían hablado durante 45 minutos, entre las 9 y 10 de la noche. Miré alrededor del cuarto, amplio y con detalles de lujo. En su escritorio, junto a la ventana, estaba su computadora portátil conectada al cable de internet. La encendí, pero estaba bloqueada con una clave y no pude ingresar. Al sentarme en la silla del escritorio, observé un detalle interesante: una rosa marchita pegada a la pared con cinta adhesiva, y el nombre Fernanda en letra cursiva, también pegado con cinta adhesiva, a la par. Al voltear el nombre Fernanda en cursiva estaba el nombre Roberto, también en cursiva.

Así que eran los dos una linda pareja enamorada. Y había que encontrarlos, había que buscar su nidito de amor. Me tocaba hacer el trabajo sucio. O por lo menos, hacer como que lo hacía. Así que me inventé que había encontrado evidencia de que probablemente se habían ido al lago de Atitlán a alguna de las aldeas de alrededor. Me llevé a mi novia para pasarla bien, y me inventaba reportes diarios de que los habían visto y todo el rollo. Al tercer día, cuando ya venía de regreso sin haberlos buscado ni encontrado, me los encontré a los tortolitos ricachones. Qué suerte, pensé, les tomé una foto. Estaban en el restaurante Nick’s en San Pedro La Laguna, felices y ajenos a la preocupación de su familia. Bueno, me dije, me quedo otra semanita más con mi novia, qué rico.

Envié las fotos y mi reporte. El padre me pidió que le hablara a Fernanda, para que por favor volviera y que se la comunicara por celular. Como no se separaba de Roberto, le dije que me iba a costar. Yo ni tenía intención de hacerlo, la verdad. Pero una vez andaba la guapa mujer caminando sola en el muelle y me le acerqué. Me reconoció. Le dije el recado de su padre e inmediatamente, los comuniqué por celular. Fernanda se puso a llorar diciéndole a su papá que no iba a volver a casa. Luego me tiró el teléfono a mi cara y se fue corriendo. Hablé de nuevo con su padre y le dije entonces que mi misión había concluido y que me regresaba. No señor, me dijo, muy serio don Álvaro, que así se llamaba el padre, usted continúa, yo le daré instrucciones mañana. Bueno, pensé, seguiremos de vacaciones y me fui a echar un baño al lago, con mi nena.

Al día siguiente preguntaba por mí en el hotel una morena espectacular, de pelo largo, piernas bronceadas, ojos verdes y una mirada inocentemente provocadora. Dijo llamarse Susy. El plan de don Álvaro era meterle a esa muchacha al Roberto y deshacer la luna de miel. Un poco de marihuana y esa mujer espectacular deberían ser suficientes para hacer caer al hombre y decepcionar a su hija, y así volvería.

La verdad, me dio un poco de pena llevar a cabo el maquiavélico plan. Pura telenovela parecía todo esto, y a mí me tocaba estar de lado de los malos. Preferí no contarle a mi novia de eso, porque ya se sabe cómo son las mujeres con las historias románticas, a todas les gusta el final feliz y los cuentos de hadas. Pero con la ficha que ganaba en ese caso, nos la estábamos pasando bien, y si al fin esa pareja era para quedarse junta, pues nada los separaría.

Así que Susy y yo planeamos cómo hacer caer al Romeo hippie. Intentamos de muchas maneras, pero como los tórtolos no se separaban para nada, no lo logramos. Y como la carne es débil, fui yo el que terminé en la cama con la Susy (¡qué buena que estaba!), y mi novia me dejó por eso al descubrirme in fraganti. Me salió el tiro por la culata. Susy y yo regresamos a la capital unos días después y nunca más nos volvimos a ver. Lo bueno fue que los tortolitos siguieron su romance y yo cobré buena plata.

Pero cuatro meses después la señorita Botrán-Aycinena estaba de regreso en su casa, y volvía a sus estudios. No supe mayor detalle, pero parece que el cuate le empezó a poner mucho a la coca y la marihuana y eso no le gustó a nuestra Julieta ricachona. Y ahí se terminó la historia de amor. El tipo llegó a hacer escándalo un par de veces a la casa de ella, pero ahí quedó, ella permaneció inmutable, y su papá, feliz.

Recién vi la foto de Fernanda en el diario. Se graduó de administradora de empresas, a la par de ella había un rubio de ojos azules, que tenía un apellido impronunciable y era algo de alguna empresa fuerte europea. En el pie de foto decían que era su prometido. En otra de las fotos aparecía muy sonriente y satisfecho don Álvaro, con un vaso de whisky en la mano. Quizás si fuera mujer la gente comprendería un poco mi pavor hacia esos bichos del demonio. Yo sé que las cucarachas no pueden hacerme nada, que sólo con aplastarlas con el pie ya todo está arreglado. Lo sé con la mente, cuando no están, pero no lo entiendo cuando se aparecen. Las peores son las que de repente alzan vuelo, y me provocan un asco tal que me inmovilizo. Si esa noche no se hubiera aparecido esa cucaracha volando, yo creo que hubiera podido salvar a mi mujer y a mis hijos de aquel desastre.

Desde pequeño padezco de eso. Yo puedo agarrar una rata a escobazos y matarla, puedo acariciar a una iguana, hasta aprendí a matar gallinas con mi abuela. Pero sucede que mi manía hacia las cucarachas es desproporcionada. Es una mezcla de miedo, asco y repugnancia, es irracional, claro, estoy consciente de eso.

El titular del periódico fue terrible. “Por temor a una cucaracha su familia muere”, rezaba el diario amarillista. Mucha gente lo habrá leído y le habrá parecido de lo más ridículo. Se habrán reído de mí en las pláticas de sobremesa, habrán hecho chistes. Afortunadamente, al día siguiente hubo otras noticias, yo sólo duré un día en la memoria de la gente. Pero igual tengo que seguir viviendo conmigo mismo, con mi temor ridículo y con la muerte de mi familia.

Ya hace algunos meses del suceso. Yo estaba tranquilo en mi dormitorio, viendo un poco de televisión, mi mujer hacía la cena y mis hijos jugaban en la sala. Todo estaba tranquilo, hacía un poco de calor. Mi casa está (o debería decir estaba) a la orilla de la carretera, pero en desnivel, es decir, el techo de mi casa estaba por debajo del nivel de la carretera. No fue así desde el principio, el gobierno expropió algunos terrenos colindantes para hacer una nueva carretera y mi casa quedó en esa mala situación, porque no quise venderla por la miseria que pagaban. No era tanto el ruido de los carros lo que me molestaba, sino el peligro que había de que algún auto cayera en el techo y nos jodiera, como finalmente sucedió.

Estaba yo entonces en mi dormitorio y todo transcurría con normalidad. Luego fui al baño y me llevé un libro para leer. Marcia, mi mujer, había anunciado que la cena estaba casi lista. Fabián y Alfonso gritaban contentos en la sala, jugando. De repente, de la nada, se escuchó un gran estruendo en la casa y los gritos de juego se convirtieron en gritos de angustia.

Marcia me gritaba que saliera, que algo había caído en el techo. Ella salió con los niños al patio y gritó desde afuera que había sido un cabezal el que había caído. Yo me subí el pantalón y justo cuando iba a abrir la puerta, veo una horrible cucaracha volar hacia mí. Quedé petrificado, inmovilizado y entré en pánico. Afuera estaba mi familia y no podía salir por mi miedo irracional. De las tantas veces que podía haber pasado, uno de estos animales del demonio se asoma en el peor de los momentos. Estaba atrapado.

Escuché el crujir del concreto, que al parecer iba cediendo al peso del cabezal. No pude advertirle a mi gente que debían permanecer afuera, que el techo seguro iba a ceder. Estaba aterrado por una pinche cucaracha. El bicho siguió volando durante algunos segundos por todo el baño y se posó en la manija de la puerta, como si supiera que debía encerrarme para que se cumpliera un macabro destino.

No estoy loco, mi vida ha sido productiva y mi trabajo es apreciado. Cada quien tiene sus propios demonios, y quizá a mí me tocó uno de los más ridículos, qué quieren que haga. Al vecino de a la par le aterra perder el empleo, otro teme que un temblor se lleve a su familia, otro teme que un delincuente acabe con su vida. Unos temores, a simple vista, parecerán más racionales que otros, pero al fin todos son temores. Temores que te paralizan, que te nublan la mente y te hacen perder el rumbo y la consciencia de la realidad. Quien no haya sentido pánico alguna vez en su vida que me cuente, quien no haya sentido angustia ante algún peligro real o aparente, que me cuente, que me diga que no se paraliza uno, que su sentido de realidad puede perderse.

Ellos entraron de nuevo a la sala, no pude siquiera atinar un grito para que salieran, para que siguieran afuera, porque iba a caer el techo. No sé si el susto le bloqueó también la mente de Marcia, yo sólo escuchaba que me suplicaba que saliera del baño, que había que sacar las cosas para que no se dañaran, que los niños estaban asustados y llorando. Yo seguía preso del pánico por el animal y no podía contestarle. Lloré mi inutilidad, mi cobardía y mi impotencia. Afuera se agolpaban los vecinos en la puerta, mientras Marcia y los niños estaban en la sala esperando que yo saliera y les dijera qué hacer.

Luego vino un segundo estruendo, más sonoro y más temible que el primero, el techo finalmente había cedido. Me angustié a muerte, pensé lo peor. La gente gritó aterrada cuando cedió el techo, pero luego ya no pude oír más a Marcia y a los niños. La cucaracha seguía en la puerta, seguía cuidando que no saliera, aunque ahora ya no sirviera de nada. Preguntaban por mí los vecinos, algunos pensaron que yo también estaba bajo los escombros.

Los bomberos vinieron rápidamente y escarbaron los escombros para finalmente anunciar las muertes. La cucaracha estuvo en la puerta todo el tiempo, hasta que voló hacia mi cara y se me pegó en la nariz. Hasta entonces pude gritar del terror y los bomberos derribaron la puerta, para descubrirme tirado en el baño, con una cucaracha en el rostro, pataleando como loco. Al abrirse la puerta, la maldita voló de nuevo y salió por la ventana. Su misión estaba cumplida.

Los bomberos no me preguntaron nada, supongo que la escena de muerte los hizo respetar. Los cadáveres de mis nenes estaban esperándome. Fabián tenía un golpe en el rostro que se lo había desfigurado por completo, Alfonso tenía el tronco aplastado. Mi Marcia también tenía un golpe en la cabeza. Mucha sangre, demasiada.

Uno de los bomberos contó a un periodista lo que había visto, pero no conectó la cucaracha con mi pataleta, supuso que el miedo a morir me había encerrado en el baño. Fue uno de los vecinos el que le dijo al periodista lo de mi miedo por las cucarachas, y éste armó su nota amarillista. El periodismo de nota sensacionalista sólo anda viendo en dónde encuentra su próxima víctima y justo ahí estaba yo.

Después de la muerte de mi familia, quedé devastado. Nunca en mi vida había estado tan triste, tan solo. Me hubiera gustado evitarles la muerte, o morir con ellos. Yo sé que al lector mi caso puede parecerle de lo más estúpido y que me considere un loco de remate, y yo le daré la razón. Pero es que ya puestos, nadie puede ser normal visto de cerca. Hace semanas que vos estás distante e indiferente Sofi, yo pensé que lo tomarías como normal y de repente hasta estarías contenta de que termináramos, dice el hombre. Es que de veras no entendés, ¿verdad Pablo? dice Sofi, entre pucheros. Pues la verdad no, contesta el hombre, con las mujeres nunca se sabe. Estoy embarazada, suelta entonces Sofi, y a Pablo se le cae el cigarro de la boca.

No es posible Sofi, siempre usamos condón, no puede ser. Pues es, y es tuyo, dice Sofi. Un silencio de unos cuantos segundos eternos sigue a las palabras de Sofi, mientras comienza a circular el viento húmedo que anuncia el aguacero de la tarde. Pablo se lleva las manos a la cabeza, se peina y se queda mirando al suelo, no sabe qué decir. Lo reconoceré como mío, pero no me caso con vos, atina finalmente a decir.

Si no te casás conmigo, el niño no tendrá tu apellido y será como si nunca hubiera tenido padre, contesta resuelta Sofi. Las cosas a medias no van conmigo, o todo o nada. Vos te la gozaste y ahora no querés afrontar las consecuencias y así no se vale.

Mamaíta, responde Pablo, nunca dije que te amaba ni que me casaría con vos. Lo nuestro era pura carne, pura calentura. Acordáte que venías de la decepción con el Diego, que a última hora no se casó con vos. Yo llegué y te ofrecí consuelo y así empezó todo, pero amor, matrimonio, nada de eso se habló. Me vas a disculpar. Por eso sólo te puedo ofrecer reconocerlo, pero si vos no querés, pues no será así.

La pareja queda otra vez en silencio. Unos niños pasan en bicicleta con grandes carcajadas, un vendedor de algodones despacha su producto a una señora con dos niñas y el policía de turno juega con sus llaves, mientras mastica un chicle. El viento se torna más húmedo y empiezan a caer las primeras gotas y sólo unos instantes después, comienza el gran aguacero. Pablo le dice a Sofi, mirá, vámonos enfrente de la policía, aquí nos vamos a empapar. Toma la mano Sofi, y ambos corren hacia el edificio en donde está la policía y el banco. Ambos se mojan un poco.

Comienzan a formarse los ríos de agua en las calles y se puede ver cómo corre la gente a guarecerse de la lluvia, los niños de las bicicletas pasan enfrente de la pareja, contentos de estarse mojando. La señora que compraba los algodones camina más serena con su gran paraguas y sus dos hijas. El algodonero corre hacia el edificio de la policía y se coloca cerca de la pareja.

Pablo compra unos algodones, de repente le dieron ganas. Le da uno a Sofi, que lo recibe sin decir palabra. Ambos comen viendo la lluvia caer y el agua correr por las calles del pueblo. Esta va a ser lluvia de toda la tarde, dice Pablo. De toda la noche diría yo, contesta Sofi, mientras se lleva un bocado de algodón rosado a la boca. El policía pasa a la par de Sofi y le tira una mirada lasciva. Pablo reacciona y le dice, temerariamente, tranquilo poli, que está acompañada. Sofi se siente bien, al fin un gesto amable del Pablo. Sonríe. Pablo nota su satisfacción y dice, rápidamente, vas a tener un hijo mío, y eso se respeta.

Por un momento los dos se olvidan de la discusión y Pablo se recuerda de cuando eran pequeños y Sofi se quedaba a mediodía en su casa a esperar a su mamá, que pasaba después por ella. Vos pellizcabas duro Sofi, no me gustaba que te quedaras, porque en cualquier momento yo decía algo y a vos te caía mal y entonces el pellizco. A veces jugábamos bien un rato, pero vos venías con el pellizco por cualquier cosita y arruinabas todo. Es que vos eras el abusivo, contesta Sofi, ¿cómo te iba a dejar que te burlaras de mis zapatos ortopédicos?

Y así discute la pareja, como si la conversación de antes hubiera quedado olvidada. Hacerse los locos a veces es saludable, de todos modos la lluvia los tenía atrapados. La lluvia, mientras tanto, seguía azotando fuerte, ahora con granizo. Un viento helado le dio un escalofrío a Sofi, y notándolo Pablo, la invitó a un café en la cafetería que tenían a dos pasos. Al entrar en la cafetería, Sofi dice tener que ir al baño. Pablo espera sentado mientras mira la lluvia por la ventana, ¡cuánta agua está cayendo sobre el pueblo!

La conversación sigue, muy amena, como no había sucedido antes. Pareciera que es la primera vez que salen, animados se ven los dos. Serán padres en nueve meses, quizás eso los hace sentirse cómplices, tal vez no todo fue carne y lujuria, tal vez hubo algo más. Afuera, llovía y seguía lloviendo.

El tema, inevitablemente, tenía que volver a salir. Sofi se puso seria y dijo, bueno entonces qué vas a hacer Pablo, decime. Es que eso del matrimonio es complicado vos Sofi, entendéme. Yo estoy empezando, apenas hace un mes me dieron plaza en el Ministerio de Educación, y de todos modos sigo a prueba. Y los güiros cómo molestan, no sé si los voy a aguantar.

Es todo o nada, vos decidís, responde Sofi, si no querés tomarlo todo, me voy a la capital con una mi tía que vive sola y que me ofreció su apoyo. Y olvidáte de mí y de mi hijo, con vos ya no querré nada de nada.

Dos cafés y algunas champurradas son consumidas en una calma tensa, en silencio. Sofi sabe que se está decidiendo su destino y espera, ahora serena y resuelta, a que Pablo decida de una vez por todas.

El casamiento es complicado Sofi, no es nomás así. Yo no sé si vos querés todavía al Diego, y acordáte que yo todavía ando dolido con lo que me hizo la María Luisa. No es así nomás mamaíta, argumenta Pablo. Yo te quiero, pero la verdad, no sé cuánto.

Sofi escucha y un nudo amargo se le hace en la garganta, pero se propone no llorar. Afuera la lluvia cedió un poco y entonces ella se levanta de la mesa y se despide, y le advierte a Pablo que es para siempre. Él, por alguna inexplicable razón, la mira transfigurada y hermosa, como una aparición, la ve irse debajo de una necia llovizna y admira el grácil movimiento del cabello largo de la mujer que será madre de su hijo. Pero no atina a seguirla y a pedirle perdón y a ofrecerle matrimonio.

Al siguiente día ella parte hacia la capital, muy temprano por la mañana, en medio de una triste bruma. No durmió en toda la noche. Ella soñaba con que él viniera a sacarla del bus y que le dijera, arrepentido, que ella y el bebé eran todo para él.

Pero esto no ocurrió sino hasta un mes después, cuando Pablo llegó hasta la casa de la tía de Sofi, una mañana soleada, con un ramo de flores, un anillo y una fecha. Ahora se le miraba flaco, demacrado y ojeroso, pero a Sofi le pareció más lindo que nunca. hoy estás ausente porque ya no estás en esta tierra para guiarme y aconsejarme, porque ya no estás para darme un abrazo o alentarme con tus palabras siempre acertadas. Ya no estás físicamente porque le has ganado la lucha a ese cáncer que quiso carcomer tu cuerpo, ya que ahora no sufres malestares ni dolores. Pero déjame decirte que ese cáncer no logró carcomer ni un ápice de las huellas que dejó tu amor y tu entereza para enfrentar esa última batalla así como enfrentaste muchas otras situaciones en tu vida. Tampoco carcomió el ejemplo de lucha, tenacidad y constancia con las que lograste tantas cosas a lo largo de tu vida, ni la enseñanza de entregarlo todo por quienes amamos.

Hoy, es un día duro para mí, porque no puedo verte y darte un abrazo, porque no puedo decirte “feliz día del padre”, porque no puedo darte un beso de gratitud por todo lo que hiciste por mí, y porque tampoco puedo recibir un saludo del día del padre sin recordarme de tí.

Las noches que te cuidé durante tu enfermedad, inevitablemente venían a mi memoria todas esas ocasiones en que me cuidabas cuando de pequeño yo enfermaba y las cartitas que me dejabas cuando te ibas a trabajar y no me querías despertar porque yo estaba dormido. Te escribí una cartita un día, recordando eso, y de cierto modo quería que supieras que aún seguían en mi mente y mi corazón esos gestos que me hacían saber que me amabas y te preocupabas por mí.

Ahora que recuerdo todos los momentos felices, alegres y familiares que compartimos en el tiempo que estuvimos juntos, me siento satisfecho porque supiste lo importante que siempre has sido y serás para mí, porque supiste que todos estuvimos ahí demostrándote nuestro amor y haciendo todo lo que podíamos para ayudarte, y porque mis hijos y mi esposa conocieron al abuelo más dulce y pendiente que existió en esta tierra. No puedo evitar el extrañarte y sé que seguiré extrañando tu presencia física toda mi vida, pero también sé que seguirás viviendo en tus enseñanzas, en tus anécdotas, en tu sonrisa y en tus preocupaciones por todos; en fin, estarás siempre presente en cada momento de mi existencia, y entonces sé que no me has abandonado…

Ahora vais y lo cascais.

_________________
Poco a poco, las voces de mi cabeza fueron menguando.
Ahora, sólo me siento loco la mitad del tiempo; la otra mitad, lo estoy.


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NotaPublicado: Mar Sep 16, 2008 9:53 pm 
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Resumen por favor!!!!!!

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m6 escribió:
Resumen por favor!!!!!!


Anabela, la hija, y Elmer, el yerno, llegaron preocupados a la casa.

La familia no cenó con agrado, no estaba la telenovela de la noche. Encendieron la radio pero no era lo mismo, faltaba la compañía de la tele. Definitamente las teles plasma y las LCD estaban sólo para la gente de pisto. Pero habían visto una tele linda, pantalla plana de 21 pulgadas, con una cuota de 35 quetzales semanales. Doña Rosa y familia vivían en un palomar en donde vivían otras 5 familias, y por eso no tenían un contador de luz o de agua individual.

Doña Rosa era la encargada de conseguir la carta de una vecina, se la pidió a la señora de la casa en donde hacía oficios domésticos.

La familia se reunió a la cena, por la noche. Doña Rosa apartó la tele para su novela de las 7 de la noche, y Anabela abogó por las caricaturas para la Moni y la Cindy. Doña Rosa apenas le puso atención porque estaba atenta a la novela.

Fernanda Botrán-Aycinena era delgada, morena de pelo largo y lacio, muy elegante y refinada en sus maneras. Era muy linda, como ya apunté, y lo sabía. Pero resultó que el tipo era de otra familia acaudalada, pero enemiga de los Botrán-Aycinena. Al voltear el nombre Fernanda en cursiva estaba el nombre Roberto, también en cursiva. Un poco de marihuana y esa mujer espectacular deberían ser suficientes para hacer caer al hombre y decepcionar a su hija, y así volvería.

Pero cuatro meses después la señorita Botrán-Aycinena estaba de regreso en su casa, y volvía a sus estudios. En el pie de foto decían que era su prometido. “Por temor a una cucaracha su familia muere”, rezaba el diario amarillista. Todo estaba tranquilo, hacía un poco de calor. Mi casa está (o debería decir estaba) a la orilla de la carretera, pero en desnivel, es decir, el techo de mi casa estaba por debajo del nivel de la carretera. Marcia, mi mujer, había anunciado que la cena estaba casi lista. Afuera estaba mi familia y no podía salir por mi miedo irracional. Estaba atrapado. Estaba aterrado por una pinche cucaracha. Su misión estaba cumplida. Pero es que ya puestos, nadie puede ser normal visto de cerca. Es que de veras no entendés, ¿verdad Pablo? dice Sofi, entre pucheros. Estoy embarazada, suelta entonces Sofi, y a Pablo se le cae el cigarro de la boca.

No es posible Sofi, siempre usamos condón, no puede ser. Pues es, y es tuyo, dice Sofi. Lo nuestro era pura carne, pura calentura. Pablo le dice a Sofi, mirá, vámonos enfrente de la policía, aquí nos vamos a empapar.

Pablo compra unos algodones, de repente le dieron ganas. Le da uno a Sofi, que lo recibe sin decir palabra. Esta va a ser lluvia de toda la tarde, dice Pablo. Sofi se siente bien, al fin un gesto amable del Pablo. Al entrar en la cafetería, Sofi dice tener que ir al baño. Es que eso del matrimonio es complicado vos Sofi, entendéme.

El casamiento es complicado Sofi, no es nomás así. No es así nomás mamaíta, argumenta Pablo.

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NotaPublicado: Mar Sep 16, 2008 10:03 pm 
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The Sentinel
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:shock: :shock: :shock: !!!!!!!!!La madre que me parió¡¡¡¡¡¡¡¡ :shock: :shock: :shock:

Y yo que pensaba que habías ido como todo el mundo a comprar sillas.

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Killing Machine
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Par de taraus! :-?

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Registrado: Dom Jun 22, 2008 11:15 pm
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Algún día leeré eso y te echaré en cara que es obvio que lo copiaste de varios sitios porque carece de sentido. Ea.

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O es que crees que eres el único que va to ciclau ahiiii pinchando aguja por todo baraca? eh?


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http://www.anecdotario.net/la-fuga/ :shock: :shock: :shock: :shock:


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ahí tienes uno de los sitios chupi


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NotaPublicado: Mar Sep 16, 2008 10:25 pm 
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Centinela de Asgard
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Jajaja otro trozo que busqué también es de anecdotario.net... hala, de nuevo se te vio el plumero, entre esto y lo de Tordesillas... :mrgreen:

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